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Consuelo García del Cid Guerra

por el poeta muerto

por el poeta muerto

Pasada la frontera de ciertas edades cuyas huellas de tiempo acusan el cansancio, las distintas formas de entender la salud para que nuestro cuerpo no deje de tener respuesta ante lo inevitable, como la vista corta, los músculos blandos y demás avisos físicos, pasada esa frontera, digo, el hecho de trasnochar se convierte en un lujo.

Me he comido todas las noches de la dorada juventud. La Barcelona negra, la de la parte baja, la alta, los locales de moda, los baretos clandestinos maditos, cafés literarios y espacios de tertulia. Con el tiempo, se pasa a un tipo de noche más corta, la magia resulta escasa y se reduce a cenas que organizas en tu propia casa o en la de otros: lo que un snob definiría como “petit comité”. Es distinto. Entrañable, cálido, privado. Pero distinto. Sabes que eres mayor, puedes incluso llegar a razonar que la noche se ha convertido ya en algo menor, porque puede más el sueño que el soñar.

Miras el reloj pensando en dormir. Te traiciona el bostezo.

“Qué noche la de aquel día”, es la canción que he buscado en youtube esta mañana, con una resaca como las de antaño. Soy abstemia, pero he quebrado la costumbre, como suele hacerse en las bodas, celebraciones y demás. Pido que me llenen la copa de cava de forma” simbólica”, para poder brindar. Sólo en contadas ocasiones, de esas tan sumamente escasas, en las que te encuentras verdaderamente a gusto, feliz y rodeado de personas especiales, la copa supone un acto de amor para el abstemio. Eso es, literalmente, lo que se entiende por “estar de puta madre”.

Son momentos memorables y contados, como la felicidad. Conozco a muchos poetas porque escribo (“No escribo porque estoy condenado, estoy condenado porque escribo”. Leopoldo Mª Panero). No hace mucho, una conocida me contó, muy asustada, que su hijo escribía, y que “encima”, lo hacía muy bien. “Estoy muy preocupada, dice que quiere dedicarse a la literatura, y todos los escritores son drogadictos, alcohólicos o enfermos mentales, mueren en la miseria, se suicidan…”. Era una trabajadora de mi empresa. Ella no tenía la más mínima idea de que he escrito desde que me enseñaron las vocales y consonantes en el colegio.

A los siete años gané un concurso literario con un poema del que hoy, aquí y ahora, podría avergonzarme.

 Al día siguiente, y quebrando una de mis máximas normas personales, dejé sobre su mesa un ejemplar de “Al ladrón”, acompañado de una nota que decía: “Búscame en google”.

 Yo había encontrado el nombre de su hijo y descubrí a un joven escritor realmente bueno, de los que prometen. Entró en mi despacho, tímida y sonrojada.

“No soy drogadicta ni alcohólica, le dije. Me gusta vivir y no pienso en el suicidio. Tu hijo escribe muy bien. No le quites eso. No se lo impidas. Déjale hacer y déjale ser”.

Conozco, insisto, y he conocido a muchos poetas. Pero siempre he creído que por encima de la literatura está la persona. Me importa más lo que es que lo que escribe. Grandes autores me han atrapado por su obra al mismo tiempo que me han decepcionado como personas. La poesía es una forma de vida. Una elección tan arriesgada como la libertad. Con los años, que ya son muchos, cada uno ha seguido su trayectoria personal. Muchos nos distanciamos, pocos seguimos juntos (exactamente igual que los amigos, contados con los dedos de una mano, ocurre con los auténticos poetas). No basta con saber escribir. Si no eres lo que escribes, te conviertes en un impostor, un farsante y un gran estafador moral.

David González es un gran poeta. Me ha descubierto la llamada “poesía de no ficción”. Nos unió la admiración hacia Raúl Núñez. Yo tuve la gran suerte de conocerle y ser su amiga. David no pudo: Raúl ya estaba muerto.

Sé que puedo contar con un dedo más: poeta y amigo, amigo y poeta. Es autentico. La noche del pasado viernes me dijo: “ el verdadero maldito es el que ha estado preso, el que ha sufrido, el que lo ha dejado todo para dedicarse a escribir, aunque las pase putas, beba, tenga hambre o se drogue cuando le parezca. Esa etiqueta del “poeta maldito” no te la creas nunca del todo”.

Fueron conversaciones tan densas como intensas, sin parar de hablar y debatir. Podemos tener distintas opiniones con respecto a algunos temas determinados, pero jamás seremos “contrarios”. Gracias, David.

No lo dudes: el gran poeta muerto que nos unió y nos unirá siempre, está ahora bebiendo a nuestra salud.

Por RAUL NUÑEZ:

 

 

 

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=HVS4PiVicqw

 

 

 

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