Maldades
Las malas personas no tienen sexo, edad o nacionalidad. Están en todas partes barajando posibilidades. No serian nadie por si mismos como condición si no existieran victimas, leyes determinadas a las que acogerse con trampas y demás oficios típicos del depravado-a. Me cuesta escribir sobre ello porque debo medir mis palabras, y no es algo que me guste. Yo apuesto como nunca por el efecto retardado y el carácter retroactivo. Porque parece que se lanzan millones de pelillos a la mar cuando se trata de un pasado reciente que todavía no ha tenido tiempo, vital ni material, de hacer historia. Se ha evolucionado con demasiada rapidez en cuestiones determinadas, de las de Málaga a Malagón y Guatemala a Guatepeor. No es un juego de palabras precisamente. Se trata de una picaresca refinada y vocacional en manos de hábiles jugadores-as con cartas marcadas, profesionales de la mezquindad, abusadores-as de situaciones complicadas que se amparan en la posibilidad legal para ganar la partida.
“No es mi problema si estas en el paro o no tienes dinero. Me vas a pasar la pensión y sacas la pasta de donde sea, papi, porque si no lo haces te voy a denunciar, y además diré que abusaste de mi, o sea que ya sabes lo que te toca…”. No es una frase imaginada. Lamentablemente es real. Tampoco procede la criatura de una familia desestructurada ni ha crecido en un barrio marginal. Y la mocosa en cuestión sabe que si su padre no paga, dará con sus huesos en la cárcel. Por otro lado –ni siquiera el más oscuro- están los ex maridos y padres con suculentos ingresos que esconden hábilmente a la hora de las medidas provisionales, y una puede encontrarse con doscientos euros al mes por tres hijos mientras el tipo los recoge el fin de semana en Mercedes. Y vaya usted a contarle la historia al juez, que se mueve por papeles, puesto que no todo el mundo dispone de investigadores privados para demostrar lo contrario. Puesto que del amor al odio hay un paso, el término medio no existe.
Tampoco el idem del delito llamado “alzamiento de bienes”, que puede tomarse al pie de la letra : El bien se levanta y se tira por los aires , al tiempo que la conciencia, para resguardar la cartera con el fin de que no pase a “mejor vida”.
Lo mismito que hay miembros y miembras, hay cabrones y cabronas, hijos de puta e hijas de puta. El machito se encuentra al borde de la extinción, aunque los últimos resistentes se están cubriendo de gloria con aquello de “la mate porque era mía”. Los delitos son cometidos por seres humanos, y también el ser humano cambia las leyes. En ese galimatías sobrevivimos mientras las noticias nos muestran con horror crónicas de sucesos en las que se llega a añorar “El Caso” y el “Por que”, donde se exponían los higadillos de antaño, las miserias candentes y demás despojos, que no proceden precisamente de las cosas del querer. Yo, lo que me pregunto es donde queda el excelso ex esposo hoy con dos pisos en propiedad, coches varios y casa en la playa, que no pago un euro –otrora peseta- para la manutención de sus hijos. Hijos, dicho sea de paso, cuya foto en el utilitario todavía dice : “No corras, papa”.
Y no consigo encontrar respuesta ante casos como el de la mocosa anteriormente mencionada, unida a una serie de mujeres supuestamente igualadas al varón en derechos sin deberes, traficantes de hijos, traficantes de pensiones y traficantes del inem, que no han tenido problema en desplumar al ex dejándole tirado, preso o en la puta calle.
Los jueces, insisto, como las asistentas sociales, se mueven por papeles. No hace mucho me informaron de un caso claramente delictivo: Una familia en el paro esta recibiendo ayudas por parte de la asistencia social al tener tres hijos menores de edad. Les pagan el colegio, el comedor, alquiler del piso, agua luz y gas por un tiempo determinado. Y para celebrarlo, se han ido de vacaciones a Roma. Papeles. Sobre el papel, son pobres y pasan necesidad. Que se lo cuenten a la asistenta social, a ver que opina. O a una anciana sin dientes con pensión de menos de quinientos euros que come en las monjas de Calcuta.
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