Blogia
Consuelo García del Cid Guerra

Gracias a ella

La marcha de Mercedes Sosa me ha dejado un halo de angustia. Algunos artistas , muy pocos, transmiten bondad y realidad. Les miras a la cara desde la pantalla del televisor o en las fotografías de la prensa. Les miras y es como si les conocieras. No solo de algo, no. De mucho. Sientes y sabes que dicen la verdad y son auténticos. Piensas, que, por grandes, siempre estarán ahí. Que no se pueden ir. Les necesitas como un referente vital. Y es que no es lo mismo escuchar sus canciones si están vivos o muertos. Ayer se me encogió el corazón al recibir la noticia de su muerte. Menuda mujer. Que temas los suyos, que poderío, que voz, que persona. Siempre me ha hecho bien. Es una sensación conocida, incluso física. Para mí, el tambor es ella. Todo un instrumento en sus únicas manos. Y ese gesto de buena gente. Llana, sin pretensiones, tal cual. No es que solo me gustase, yo la quería como se quiere desde lo más entrañable a un desconocido. Era un personaje público y sin embargo yo tenía algo privado con ella. Ahora no me cabe duda de que lo sabe. “Alfonsina y el mar”, es para mi el verano del 75. Una época feliz, casi gloriosa, pegada a los atardeceres de Galicia y con nombre compuesto de hombre. Es alguien, no algo. Un tiempo que no volverá nunca más, pero que se ha quedado con forma de canción. Físicamente regresan aquellas luces únicas y un olor a Aqua di Selva bajo la oreja de quien, seguramente, huele ya distinto. Por esas cosas que nunca mueren, ella no debería haber muerto. Nunca. Hubo muchos veranos, países exóticos, aventuras irrepetibles, pero no como entonces. La frescura de la juventud almacena los asuntos fundamentales. Los que de alguna forma nos hacen persona. Los que, todavía, significan un sentimiento profundo. Sonreír al recordar es todo un lujo. Pasado el medio siglo tenemos ya mas pasado que futuro. Nuestro futuro se hace grande cuando el equipaje de memorias puede volver en cualquier momento para hacernos sonreír. Valió la pena. Es entonces cuando nos damos cuenta de que valió la pena. Los paisajes ya no son los mismos, pero podemos reproducir casi a la perfección un rostro, un perfil, un color…

 

 

He cantado mil veces “Gracias a la vida”  sobreponiéndome a las circunstancias. Cuando estaba todo feo ahí estaba ella dando las gracias.

“Volver a los diecisiete” es una excursión adulta en la que recuerdo a muchas amigas que no he vuelto a ver. Se quedaron en esa edad y para mi no crecieron nunca. Puede que yo tampoco. Me atasco en la letra, cierro los ojos y busco escenas de esas que permanecen para siempre en la memoria.

Pero sobre todas, sobre todas, todas, todas, esta la “Serenata para la tierra de uno”. Esa canción es un poema dulce y radical al mismo tiempo. Mercedes la arrancaba con seguridad, guiñaba los ojos, abría y cerraba sus manos frente al micrófono…Yo quería que fuese eterna. Inmortal. No solo su voz, toda ella. Hay gente que no debería haber nacido y otra que no debería morir nunca porque se ha ganado la eternidad. No me sirve eso de “nos quedan sus canciones”. No. Ella nos ha dejado por eso que se llama “ley de vida”. Es cuestión de tiempo, claro. Tenían que haberle dado mucho más tiempo. Era una persona valiosa. Buena. Importante. Nunca la vi en persona, pero la conocía personalmente desde dentro. Me toco el alma. Me llego al fondo de las entrañas, allí donde solo se accede a lo mas hermoso y a lo mas difícil. Allí estaba ella. Y no me parece justo que ya no este. Gracias, Mercedes Sosa.

Gracias por todo.

0 comentarios