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Consuelo García del Cid Guerra

PEPE CARLETON

Bohemio, decorador, anarquista. Vive en su minúsculo  apartamento  de 50 metros rodeado de recuerdos y fetiches; desde cuadros de Cocteau a fotografías dedicadas de Audrey Hepburn y Mel Ferrer, cuya casa fue decorada por el propio Carlenton,

De ella dice : “Era una mujer divina de gran corazón. Hablaba español perfectamente , se mezclaba con la gente, tenia unos principios muy profundos y siempre fue muy religiosa”.

Pepe Carleton, entre el Tánger internacional y la Marbella que fue, la autentica, antes de Jesús Gil. Los restos de un bagaje entre aristócrata y canalla en brazos de un hombre distinto, que fue amigo de los intelectuales más destacados del siglo pasado. Asegura que existió un tiempo en el que no hacia falta tener dinero para poder codearse con los actores, actrices, artistas y escritores más relevantes de la época

Durante los años 40 y 50, al lograr Tánger su independencia, los millonarios y vanguardistas se trasladaron a Marbella. Un espíritu único e irrepetible invadió el lugar arrastrando la magia de lo insólito, la extravagancia, los excesos y el lujo acompañado, al tiempo, de las necesidades mas elementales que, entonces, podían sufragarse al lado de cualquiera.

De Truman Capote afirma que “era muy divertido y surrealista. Le gustaba bailar como si fuera un mimo”.

A Cocteau le conoció en 1954, en casa del actor Luis Escobar. Recuerda que aquella misma noche apareció Maria Felix descalza y con un traje de Dior.

Cocteau estaba entonces escribiendo el guión de “La Corona negra”.

Los recuerdos se mezclan en la memoria de Carleton con cierta melancolía

Su bisabuelo fue un luchador activo por la abolición de la esclavitud marroquí.

Para el, la llegada de Jesús Gil fue “un horror”. Tanto, que personajes como Sean Connery, desaparecieron.

Los “ricos de antes” eran personajes cultos, sensibles. Verdaderos mecenas que ayudaban a los artistas. Ahora solo se dedican a hacer ostentación de su dinero”.

Tenía casi una cita con Carleton hace más de siete años. Por primera vez me decidí a cambiar la ruta habitual hacia Tánger y me detuve en Marbella. Una serie de contratiempos, entre ellos la hora de salida del ferry, truncaron ese encuentro. “Si te interesa el “otro” decorador y anticuario, Adolfo de Velasco, tienes que conocer primero a Pepe Carleton”. Una fotografía en la que aparece con Paul Bowles me sedujo instantáneamente. Guapísimo.

 

 

 

Ese rostro, por cambiado que se encuentre a lo largo de los años, es la cara de un mago, tal vez del último, que sabe de los misterios pasados del lugar. Los dos lugares por excelencia: Tánger y Marbella. Esos grandes espacios que te atrapan o no, dependiendo del espíritu. Aspiras los restos y te persigue la curiosidad, como el olor a kifi. Estas o no estas. Eres o no eres.

La luz de Tánger es diferente a todas. Imprime carácter y se puede vivir de ella.

Todavía. De Marbella no queda nada, es el imperio del mal gusto, la horterada del nuevo rico, los yates y cochazos, la residencia del dinero negro y el templo del blanqueo. Miento.

En Marbella queda Pepe Carleton. Pintor, esteta, decorador. El que fue propietario del “Cero”, uno de los bares mas emblemáticos de aquella época dorada, donde se emborrachaban, entre otros, Edgar Neville y Conchita Montes. Puro glamour.

En Tánger queda todavía el café de Madame Porte, donde se sentaba Bárbara Hutton, Paul y Jane Bowles. Thenesse Williams y todas las viejas glorias de la epoca. Porque aquello era la gloria. Mientras tanto, siempre nos quedara el Hafa para divisar el estrecho de todos los sueños, y Pepe Carleton Abrines, que algún día, tal vez, me cuente la historia.

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