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Consuelo García del Cid Guerra

BARES,QUE LUGARES

BARES,QUE LUGARES

Fumo tabaco negro. Me gusta. Empecé a los catorce años, creo. Puede que incluso antes. A escondidas, por supuesto. Estaba lo que se dice muy mal visto, pero no por ser perjudicial para la salud, era una cuestión estética y moral. En eso, como en tantas cosas, hemos cambiado mucho. El tabaco es malo, claro que lo es. Igual de malo que hace cincuenta años. Puede que la cantidad de muertos debido al consumo haya forzado la prohibición. No nos engañemos, es una droga dura legal, como lo es el alcohol, y está al alcance de todos. Estamos rodeados de estancos y de bares, negocios normalmente prósperos y fáciles de llevar. Si no nos dejan fumar en los restaurantes, en consecuencia tampoco debería permitirse el consumo de alcohol, que aunque no perjudique exactamente a las personas de nuestro alrededor,de una forma u otra acaba molestando, porque anda que no es molesto un borracho. ¿Acaso no es insalubre la "mascada" (entiéndase vómito) de un etílico?. Apesta, es repugnante y forma parte de la suciedad. Asqueroso.
Pero volvamos al tabaco. Esos mensajes grabados en las cajetillas que nos anuncian una muerte lenta -además de responsabilizarnos como drogodependientes tolerados con los que no fuman y se ven obligados a tragar nuestros humos- se han convertido casi en un chiste fácil y no nos conciencian lo suficiente. Entiendo que podemos molestar, asumo las zonas de fumadores como si fuésemos un ghetto recién descubierto, marginales empeñados en seguir consumiendo ese veneno legal por encima y debajo de los pulmones. Lo que me cuesta comprender es el lamento del converso. Aquel que fumaba más que todas las cafeteras y un día decidió dejarlo. Esos resultan especialmente insoportables. Llegados  a este punto, lo que he vivido hoy no deja de ser divertido. En verano, como en Navidad, acostumbran a volver a España los amigos que viven fuera. Son encuentros entrañables de largas conversaciones. Hoy había quedado a comer con Chris. Es americano y vive en Sao Paulo. Buscamos el restaurante que nos gusta pero estaba lleno. Finalmente nos decidimos por uno de tapas. Chris es anti tabaco. Como le conozco, normalmente no se me ocurre fumar a no ser que me entre un mono incontrolable. Bien, pues en el local donde estábamos no se puede fumar, y de pronto un señor enciende un pitillo como si tal cosa. Mi amigo se queja a una de las camareras, y esta le dice que "no puede hacer nada, que conoce la ley, pero que no pueden estar diciéndole a la gente que no fume". Yo me callo y le dejo hacer. Se presenta el encargado y pide disculpas. Aun así, Chris insiste en pedir el libro de reclamaciones. Mientras estaba rellenando el formulario, se acerca una mujer y nos dice:
"¿Tienen un cigarrillo? es que tengo unas ganas de fumar que me muero". Los dos nos echamos a reír.
De pronto, el encargado se acerca a la señora y le pregunta si puede pagar su consumición. Ella le dice que no, por lo que es amablemente conducida hasta la puerta y le piden que no vuelva mas por allí, puesto que, al parecer, no era la primera vez que lo hacia. El aspecto de la señora, así como su pregunta, parecía de cámara oculta.
A los pocos minutos entra una pareja y el hombre enciende un pitillo. Le piden por favor que lo apague o que lo fume en la calle, cosa que hace. Al entrar de nuevo, su mujer le cuenta que "esos dos gilipollas" están poniendo una denuncia. El tipo nos empieza a insultar. "Imbéciles, si no les gusta que paguen y que se larguen a su puto país de mierda" ( había escuchado el acento de mi amigo). "Gilipollas, amargados". Le pido por favor que no nos falte al respeto, pero el tío no hace ni caso. Le digo que soy fumadora, pero que en ese local no esta permitido fumar, y mi amigo esta en su derecho a quejarse como lo esta haciendo. Continua insultando. En ese momento, el encargado les dice que dejen de faltarnos al respeto. Ni caso. "Estoy hasta los cojones de esta mierda de gente, que se vayan a su país".
-¿A que país? -pregunto yo-. Porque yo soy de aquí, mire por donde. O deja de insultarnos o llamo ahora mismo a los mossos. Nada. Sigue en sus trece. Cojo el móvil y llamo a la policía.
Los dos cuchichean, algo inquietos y con la sensacion de estar metiéndose en un lío. El individuo se acerca y dice: "Bueno, reconozco que me he pasado, les pido disculpas".
-Aceptadas, le respondo.
Vuelve a la barra y grita: "Pero lo dicho, dicho queda. Gilipollas, guiri, imbéciles".
Basta, me digo. O nos vamos ahora mismo o este le pega un par de hostias a Chris. Mi amigo pide la cuenta, y el encargado dice: "Después de este triste incidente, no les puedo cobrar, están invitados, lo que quiero es que vuelvan y no se queden con este mal sabor de boca".
-"Lo que faltaba ¡", suelta el otro.
Salimos a la calle. Enciendo un cigarro, presa de una necesidad vital, como una toxicomana sin remedio. Conozco a mi amigo. Es una persona radical en este tipo de cuestiones. En la puerta del restaurante hay un cartel en el que se prohibe fumar. De pronto me cuestiono hasta donde se puede llegar por un cigarrillo.

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