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Consuelo García del Cid Guerra

horrible

 

 

 

 

 

horror por sigaretu.

 

 

Visceral y vulgar en el intenso intento de yacer a lo grande, hiena, tigresa y láctea. Presumía de engendro con poderes ocultos, tibia, casi caliente. Incluso antes de hablar no merecía esa boca.

Concurrida, promiscua, alborotada al alza. Desequilibra el borde de su propia espiral. No sabe a nada. No sabe nada.

Copia de los maestros la peor obra. Concubina.No llega a acompañar.

Savia, flujo, gonorrea, papiloma inhumano. Apestada, incluída, fotografía a sí misma legañas de cristal, álbum sin miembros, empeño familiar. Déjame en paz.

Lumia candente. Cama sin nido. Rumía el santoral, su santería, mártir casual.Dos piernas.

Hambre de hombre, tiesa, latiguillo. Mordisco de la madre, veinte uñas, pijama de saliva. Rabiosa. Vertical.

Morirá por ser alguien. Quiero y no puedo. Basta. Déjame en paz. Vete. Córrete, loba, cordera endemoniada, pandemia lacrimal. No tienes nada.

Mala. Te han de cortar el pelo y rebanar la lengua antes de alzar la pira bautismal. No será agua, es fuego.

Menos. Mal.

De todas las pantallas y por todos los velos. Una capilla azul insiste en recordar lo que pudo haber sido y hasta dónde se fué la ocasión de su brillo, las bridas desgastadas, el potrillo aún dentro del seno maternal. Ejército a tientas, ciega, desfallecida, nonata, impostora, monumental.

 

 

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