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Consuelo García del Cid Guerra

LOS REYES SON LOS PADRES

LOS REYES SON LOS PADRES

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creí que los verdaderos reyes de la casa éramos nosotros, aquellos tres locos bajitos indocumentados que todavía no sabíamos deshacer maletas.

Creí, también, que los ruídos nocturnos se debían a su presencia. Pero un día me lo contaron..."los reyes son los padres". El mundo pasó a ser distinto y la desilusión se instaló momentáneamente con forma de engaño infantil. Todas las cartas escritas a sus majestades de oriente se quedaron, entonces, en uno de sus buzones de mentira, como el rey de la barba postiza, extra por pocos días en su escenario de cartón. Habíamos hecho el ridículo prometiendo buenas conductas.Temimos al carbón dulce como al peor de los castigos: La decepción. Ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar. Tres impostores aprovechados que se disfrazaban alegremente para ser los protagonistas de todas nuestras promesas, deseos e ilusiones. Su cabalgata también era una fiesta prometida, y al final, lo único auténtico : Los caramelos que se lanzaban al aire. Entre dulces promesas se acababa el belén, las uvas de fin de año, y la casa olía a muñecas nuevas, a trenes eléctricos, arquitecturas de plástico y demás obsequios prefabricados que compraban los de siempre, con lo cual, entendí por qué no respondían a algunas demandas : No les daba la gana, o tal vez el juguete resultaba demasiado caro. Me lo contó mi amiga del alma en el patio del colegio: Los reyes son los padres.

Y ante tantos años de farsa decidí descararme solicitando lo imposible: La paz en el mundo, que los abuelos no murieran nunca, que nadie pasara hambre y que todos los niños del mundo tuvieran por lo menos un juguete nuevo. Al día siguiente, después de merendar el roscón con sorpresa, las calles se llenaban de envoltorios vacíos indecentemente arrojados por todas las esquinas, unidos a los abetos navideños que carecían ya de sentido e insistían en brillar por última vez.

La infancia es un suspiro.

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