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Consuelo García del Cid Guerra

escribes, escriben, escribo ...

Cuando escribir poesía resultaba verdaderamente comprometido, nos escondíamos en bares alternativos. Eran tertulias íntimas, reducidas, casi círculos cerrados amablemente en los que estábamos los de siempre y algún invitado nuevo que asistía, fascinado, a aquellos encuentros peculiares. Teníamos un día marcado, creo que los viernes, y allí nos concentrábamos estudiantes, trabajadores, soñadores y algún maldito que con los años resultó serlo realmente. “Nadie que no haya sufrido puede ser un poeta maldito”, dice mi amigo David González, y tiene toda la razón.

Echo mucho de menos a Raúl Núñez. Le extraño por extraño, excesivo, insolente y pesado en ocasiones. La poesía era tan suya como él lo fue de sí mismo. Sus novelas me atraparon siempre, sabía retratar la Barcelona mágica de los 70-80. Recuerdo los recitales, las lecturas y la prensa marginal, creada con grandes esfuerzos, tanto físicos como económicos. También a Coral Elena Tordable. Ella y Raúl fueron los dos primeros muertos, víctimas de una vida dura, apostada en lo extremo y a conciencia. Respetables y respetados. Uberto Stábile fue quien publicó mi primer libro de relatos en Ediciones del Mar: “Por lo que hemos sido”. Me sentía por entonces ya con un gran pasado a los veinte años de vida. Ahora me parece casi ridículo, pero no vergonzoso. Miro las fotografías en blanco y negro, esas imágenes tan sumamente distintas y profundas que parecen desafiar al color consiguiendo su propósito. Éramos jóvenes con futuro, como vulgarmente se dice, y toda una vida por delante. Sin embargo, detrás empezaron a caer algunos con obras a medias y mucho por hacer.

Los que somos y todavía estamos, pasado ya medio siglo, albergamos recuerdos entrañables que se pierden en el sentido propio de la palabra: Quizá nunca han sido recuerdos porque nunca los olvidamos.

Juan Carlos Mestre, de todos el más grande, ha sido Premio Nacional de Poesía este año. Con Mestre conservo una amistad sagrada que jamás se ha quebrantado, ni siquiera por la distancia geográfica. Veinte años no son nada, como reza el tango. Pero treinta y tantos de amistad lo dicen todo.

Ahora me considero completamente inútil e incapaz de acudir a lecturas o reuniones. Quiero escribir en paz y sin discursos. No necesito público. Tampoco creo en los talleres literarios, pienso que a escribir se aprende leyendo y viviendo, que la palabra fluye del sentimiento y la sensibilidad. Detesto las llamadas “sinopsis” que solicitan los editores antes de leer un libro. La novela es una larga historia, completa de principio a fin. No creo en los resúmenes. ¿Tanto cuesta leer? Porque para aquellos que leer supone un gran esfuerzo cuando se trata de un desconocido, no tienen la más mínima idea de lo que cuesta escribir. Soy la eterna finalista de los certámenes literarios y a estas alturas sé de sobra que yo misma debo impulsar la posibilidad de estar en las librerías. No es justo. Autor y marketing son dos conceptos incompatibles. Pero hay que seguir, seguir, seguir ...

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