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Consuelo García del Cid Guerra

LA EXISTENCIA DE TÁNGER

"COMO OTROS CREYERON EN LA EXISTENCIA DE LA ATLÁNTIDA, YO CREO EN LA EXISTENCIA DE TÁNGER. EN ESA CIUDAD, EL HADA TENÍA UNA VARITA QUE SE LLAMABA OSADÍA"

Mohamed Chukri

El pan desnudo.

 

 

 

Tánger es un paraíso decadente donde se queda el canalla. Conserva la luz blanca de las apariciones al borde del milagro. En el Hafa he sido tan feliz que esos momentos únicos han quedado para siempre en mi memoria, sabiendo que tardaría muchos años en serlo de nuevo, y para conseguirlo tendría que volver. Siempre regreso, aunque no esté allí físicamente. Algunas veces simplemente voy. Otras me traen y me llevan. Volver a Tánger es una promesa y casi mi religión. Permanecer es rezar con verdadera fe : La del ser humano sin dios. No estamos aquí de paso. El poso que dejará nuestra existencia será la biblia personal y transferible que ajustará los hechos al final del camino. Ese final sin tumba con el que caducamos. El diablo no sabe cómo cruzar el estrecho. Se le burla de cuajo, como a los impostores. La dimensión del alma existe en el legado de Mohamed Chukri, el escritor que supo descifrar un teorema imposible. Aquellos que no entienden esa devoción extraña no se asoman a la casquería helada al final del pozo. No asumen ni consumen lo oceno del aliento matinal. Es un telón de fuego que apesta, pero tiene el perfume de la entraña, lo que del animal es nuestro, la bestia que delata una suciedad cómoda. No me gustan los dioses. No creo en amuletos, signos o devociones sin vértebras. No sé cómo sonríe la tristeza nii apuesto por el gesto que pretende agradar. Si estoy triste, lo soy, aunque tenga entre todos ese momento impúdico al mostrar los labios hacia abajo, asomados al tedio, pendientes de una razón tan poco razonable. El corazón trashuma como los navegantes. La verdad absoluta no la sabe ni dios. Ningún libro es leyenda, ni culto, ni sagrado. Las páginas del yo se han escrito en la cara. Nos delatan sin más para cuando las cosas advierten lo de menos. En Tánger se medita sin buscar un tesoro. Es más que una ciudad. Es volver a empezar tras creer que estás hecho, que el hombre ya no habita en un piso entre dos. El kool marroquí roba todos los ojos. Incluso las serpientes saben morder, hipnóticas, y atravesar la flauta. El tiempo no se mata. No se consume. Vive. Los años no son tantos después de que la piel tome el color preciso del cielo protector. La gloria no es segura, depende de tus astros. Sólo cuando el perfil aún se sostenga y esa África próxima acuda a su final, tal vez se nos conceda una sesión continua para empezar de nuevo y registrar la huella pesada, digital, con que se identifica el paso por los verbos, la oración sin rezar, el rezo ateo cumbre donde todo lo somos mientras el muerto insiste en recordar la importancia del nombre. No era nada. Ni nadie. Lo importante ha pasado y ell destino es excusa.

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