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Consuelo García del Cid Guerra

Extrañas en la noche

No doy para pasmos. Tengo muy buena memoria para lo que considero célebre y todo aquello que celebré en sus noches. Y digo noches porque fueron muchas, cuando aprendimos todas a mentir sibilina.Mente en busca de la primera salida, cual Cenicientas recluídas en lugares que se nos antojaban palacios con luna, espejos sin imágenes y botellas de cristal. Por aquel entonces se le servía al menor un alcohol duro sin hacer demasiadas preguntas,siempre y cuando el abuso no quedara materializado en las actitudes externas. Borrachas, lo que se dice borrachas, lo estuvimos todas. Apretadas, volcando en las esquinas un líquido viscoso tan ronco como ese tono maquiavélico que adopta la garganta una vez  se ha forzado en la boca del estómago. No va más. Hagan juego, señoras. Yo es que nunca lo he negado, es más, me gusta recordarlo. Era mucho más de Beatles que de Rollings, miren por dónde. Adoraba a Harrison y el morritos nunca me gustó. En una de esas noches, decidimos asustar hombres,puesto que toda la vida nos habían asustado ellos a nosotras. Y funcionó de lujo. Esperábamos la sombra lejana de alguno, con las manos en los bolsillos y gesto de vuelta a casa: En esos momentos parecen indefensos, lo juro. Asaltamos sus rostros a grito pelado, corrían como liebres y reíamos con las ganas más locas que puedo asimilar. Me dolían las mandíbulas, y eso sin coca. Moqueaba de frío, daba palmas grotescas, agachaba las formas casi a punto del pis, esa orina dichosa que se coloca al borde de la felicidad suprema : Que me meo, que me meo de risa, de buena vida, viva la noche, ay cuánto te quiero...Se dice que es la edad perteneciente a la locura, pero nunca abandoné su posibilidad, década tras década. Con otro estilo, sí, lo reconozco. “Estás loca” –decían-. “Tienes mucha energía”. Pues la misma de siempre, leñe. No cambié la memoria, no disfracé mi nombre y tampoco he querido malograr lo más útil,porque en esta vida y no otra, existen carcajadas que no se recuperan, y yo voy a por todas y a por ellas. Bien, pues de “ellas” me quejo, de las que ya no quieren saber nada puesto que se averguenzan, de las que niegan excesos después de haber pasado por desintoxicaciones, de las que se proponen y presuponen grandes madres de familia tras varios abortos tipo carnicería de barrio chino, de las que hablan de fidelidad cuando se tiraron en sus momentos a media ciudad. Me quejo de ellas porque dejaron de ser auténticas, o quizá nunca lo fueron y habría que achacar sus notas a un acto de gamberrismo, enajenación mental u olvido alcohólico. Yo –insisto- lo recuerdo todo. Y con un relicario casi triste me he quedado sola. Me llamaban “la monja”, y soy a tea. Las recogía a todas, como fardos, al borde ya del alba. Puede que permanezca siendo la única consciente. Y puede que –también- ellas no reconozcan que fueron Cenicientas, porque encontraron príncipe (no sé si azul) de los que te sostienen sin problemas hasta un divorcio caro, cambiando la pasión por la pensión.

 

 

 

http://youtu.be/Yg849_35-pU

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