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Consuelo García del Cid Guerra

Venta directa

Supe de ello tanto que detesté sus modos. Traduje su objetivo: No es otro que el engaño. Convencer a un anónimo, de inmediato personalizado con su nombre de pila, como si por el hecho se convirtiera en familiar, conocido o colega. Señor, Señora...¿tiene un momento para atenderme?...le adentraré en la trampa del consumo, colocaré un servicio que no necesita, seré dulce y amable, buscaré ese “Sí” aunque diga que No. Anotaré, veloz, la fecha próxima de su persecución, y el día siguiente a la hora H, de nuevo he de volver, automática, a agredir su espacio, justo  cuando más le moleste, más despistada se encuentre, perdida en el discurso de esa voz que le acusa, insiste, acosa, sigue, y –tal vez- alcanza los límites de una más que razonable paciencia.

No hace mucho me dijeron que la prisión es comparable a un juego de muñecas rusas: Un sistema metido en el interior de otro, y otro, y otro menor...encerrados todos bajo la misma carcasa: Puede que sociedad, entramado moral y mortal de necesidad. Ese sistema se encuentra desde que se asume el primer uso de razón. Lo justo para tener opinión propia y ser rechazados por distintos, asociales, molestos. Vendí e hice vender todo tipo de asuntos, servicios y elementos inútiles, en cualquier caso adoptados y adaptados al hecho de existir bajo un perfil determinado, algo que llaman “target”, cuya visita es breve, tanto como un atraco. Dije yo tantas veces que si el marketing tuviera forma física, sería su asesino...hoy le he matado. A sangre fría, sola y con absoluto conocimiento de causa.

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