EL NIDO DEL CUCO
Javier García Marín bebía desde los once años. Estuvo de botellón con sus amigos y asegura que dormía la mona a la hora en que murió Marta del Castillo. Condenado como encubridor. Absuelto de violación y asesinato. Ya no es menor de edad. Se ha dejado crecer el pelo y luce una larga melena casi femenina teñida de rubio. El Tribunal le llamó la atención por su chulería al declarar. Posiblemente se haya crecido bajo la privación de libertad, junto con su amigo Carcaño, el líder asesino que rompía puertas y buzones cuando se enfadaba. Chicos malos, dicen. Canallas de barrio definitivamente encallados en sus propios errores, bajo riendas sueltas socialmente aceptables. Gamberros, niños terribles cargados de violencia. Seguramente adeptos al más terrible gore, cintas de terror explícito, consumidores eléctricos de rápidas sustancias, expertos en pequeños hurtos, adeptos a música máquina monocorde. Muchachos de llamadas perdidas, sustos y madrugadas, vomitonas frecuentes , hechos con do de pecho, gritos, amenazas, sueño...Cabría reflexionar sobre todo lo normalizado, legalizado y permitido. Sobre lo que –aún- prohibido, excita ese deseo elemental de transgresión. Bajo leyes vigentes, el menor. Un código penal que no equilibra la elemental moral. Habría que meter mano a ese nido del Cuco, como se conoce a Javier García Marín. Su madre apareció ayer en televisión para defender al hijo –dice-. Pero no dio la cara. Sí cobró bastante más de diez mil euros. Es una forma como otra cualquiera de financiar delincuentes. Ella no ha hecho nada, pero no tiene verguenza. Tampoco el canal que le ofreció figurar, en busca de su codiciada audiencia. El escándalo no está en una cantidad u otra. Parte de la posibilidad existente a entrar en semejante bacanal sin freno donde casi todo vale. Condena. Cadena. Pena...
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