COTO DE CAZA
Elena llegó a su trabajo como casi todas las mañanas, impecablemente vestida,
perfumada y arreglada. La recepcionista la saludó con una sonrisa excesiva. Según se
acercaba a su despacho, se percató de que todos la miraban, pero no como siempre.
Parecía que se reían de ella. Volvió la vista atrás para comprobarlo. Efectivamente, se
estaban riendo a sus espaldas. Buscó algún defecto en su ropa, tal vez alguna mancha.
Se miró la falda, contempló con detenimiento sus medias por si tenían alguna carrera.
Nada.
No era el día de los inocentes ni tampoco una fecha especial. Nunca se habían reído de
ella, era una ejecutiva muy respetada. Simpática, conciliadora, divertida. Nadie conocía
su vida privada. La empresa era demasiado grande, con muchos trabajadores, y había
escuchado tantos comentarios jocosos sobre cuestiones íntimas que desde el principio
decidió protegerse. No dijo jamás una sola palabra sobre sí misma. Su posición lo
permitía, puesto que era una directiva.
Con cierto nerviosismo, se sentó al fin en su butaca y abrió el ordenador. Tenía un
correo que decía : “urgente” en el campo del asunto. Era de uno de sus colegas de la
central de Madrid.
“Elena, alguien te ha hecho una putada muy gorda. Ha mandado al correo genérico, el
que recibe toda la empresa, unos correos reenviados desde tu dirección privada de
yahoo de lo más encendidos y apasionados a un tal Miguel. Toda la empresa los ha visto
y no se habla de otra cosa. Ten cuidado, parece que alguien pretende hundirte. Aquí me
tienes, para lo que quieras. Arturo”.
El corazón se le salía del cuerpo. Ella misma los había recibido también. Gran parte de
los correos encendidos que había enviado y recibido su amante, estaban a la vista de
toda la empresa. Por eso las risitas, se dijo.
El director general, siempre muy correcto con ella y especialmente contento de su
trabajo, la llamó inmediatamente.
“Espero que esto tenga una explicación, Elena. No estamos en una peluquería ni en un
programa del corazón, es vergonzoso. No tengo ni idea de quién ha podido hacer algo
así, porque hemos intentado localizar el servidor desde donde se han hecho los envíos,
y resulta que está en Lima, en Perú”.
-¿Qué? –dijo mientras intentaba reaccionar. Yo tampoco tengo idea de quién ha podido
hacer algo así, estoy muerta de vergüenza, no conozco a nadie en Lima, todo esto parece
una pesadilla, por favor, déjame reaccionar…
-Elena, soluciona esto de inmediato o voy a replantearme muchas cosas con respecto a
ti.
-Te repito que yo no sé nada de todo esto, soy la primera sorprendida y no sé dónde
meterme, todos se ríen a mis espaldas, ni siquiera me atrevo a abrir la puerta del
despacho, estoy encerrada y encogida, no tengo enemigos, que yo sepa…
-Es obvio que sí tienes uno, Elena. Soluciónalo cuanto antes.
Leyó detenidamente todos los correos. Aparecían tanto los que ella le había escrito a
Miguel como los que él le contestaba a ella. Era un ir y venir de declaraciones
amorosas, palabras encendidas y deseos escritos. Todo. Sus entrañas al alcance de todo
el mundo, en pública subasta, sus más íntimos sentimientos publicados a diestro y
siniestro.
Pero aquello no había hecho más que empezar. A los pocos minutos, el director general
la llamó de nuevo. Los mismos correos habían sido enviados a todos los clientes de la
empresa. A todos.
-Elena, vamos a tomar medidas drásticas en este asunto. Entiendo que alguien diabólico
ha querido perjudicarte, pero esto no va a quedar así de ninguna manera.
-Por supuesto que no, respondió. Voy a denunciarlo a la policía ahora mismo.
Miguel le había dado los buenos días, como todas las mañanas, a través de un cariñoso
mensaje por el teléfono móvil. Se veían todos los fines de semana puesto que él vivía en
Madrid, y Elena en Barcelona. Estaban planeando y organizando su vida juntos para el
próximo año.
Ante semejante situación, le llamó desesperada contando lo sucedido.
-Elena, mi amor, cuánto lo siento…espera, tranquilízate, es culpa mía soy un imbécil…
-¿Culpa tuya, por qué? ¿De qué estás hablando?
-Anoche me llamó una chica con la que estuve liado dos meses, sólo dos meses, y
mucho antes de conocerte…
-¿Es de Lima, es peruana?
-Sí.
-Es ella, entonces es ella. ¿Pero cómo ha podido acceder a tu correo?
-Vivimos juntos dos meses. Yo confiaba en ella y le dí la contraseña de mi correo, no se
me ocurrió cambiarla, no pensé …
-Dios, Miguel, por favor…
-Ha entrado en mi correo, ha visto todos nuestros mensajes y se ha vuelto loca, loca …
-¿Loca? No, perdona. Es una hija de puta. Lo ha hecho para hacer daño, y a mí, que ni
la conozco…
-A mí no podía hacérmelo, y lo sabe. Por eso ha ido a por ti … lo siento, lo siento en el
alma, Elena…
-No puedo más. Ahora mismo me saco un billete para Madrid y me voy.
-Sí, por favor, ven…
Abrió violentamente la puerta. Parecía que todos la estaban esperando. Se puso el
abrigo mientras decía en voz alta: “ Alguien me ha querido hacer una gran putada.
Tengo novio, y lo que habeis leído todos son los mensajes de dos enamorados. Me voy
a denunciarlo a la policía, y después a ver a mi novio a Madrid”.
Tras perder varias horas en comisaría, finalmente le dijeron que cursarían la denuncia,
pero que no se podía hacer absolutamente nada. Los correos seguramente habían sido
enviados desde algún ciber de Lima, y era imposible conocer la identidad de la persona
que lo había hecho.
Miguel la esperaba en el aeropuerto. Lo siento, lo siento, repetía.
-¿Pero cuándo la conociste?
-Unos seis meses antes de conocerte a tí.
-¿Y cómo?
-Por el Chat. Ella entró a hablar conmigo, me pareció simpática, me mandó una foto, era
muy guapa, y quedamos un día para vernos. Nos liamos enseguida. Vivía con una tía
suya, o eso me dijo, porque ya no me creo nada de nada…
-¿Y te fuíste a vivir con ella?
-Sí. Había llegado a España hacía un mes, quería quedarse, pero no encontraba trabajo
sin papeles. Le dije que viniera a vivir conmigo, me gustaba mucho, creo que incluso
estuve a punto de enamorarme de ella…
-¿ Y entonces?
-Ella no trabajaba, se pasaba todo el día en casa. Yo llegaba y me la encontraba sentada,
leyendo o redactando correos a sus amigos en Lima. Empezó a borrarme direcciones,
mensajes de amigas mías…
-¿Pero tú te dabas cuenta?
-Al principio, no. Pensé que tal vez eran errores de envío, qué sé yo. Pero todo en ella
era muy extraño..
-¿Por qué?
-Por todo. Lavaba su ropa a mano, yo le dije que por qué no utilizaba la lavadora, y me
dijo que no porque la ropa se le rompía. Más tarde me confesó que nunca había tenido
lavadora y que no sabía cómo usarla. No limpiaba la casa porque temía romper algo,
tampoco sabía lo que era un aspirador …
Tenía una hija de cuatro años en Lima. Me dijo que allí trabajaba como visitador
médico para unos laboratorios…la realidad es que la cosa no funcionaba, me mentía,
empecé a desconfiar de ella…
-¿Y no se te ocurrió cambiar la contraseña de tu correo?
-No, la verdad es que no, porque no tenía nada que ocultar…
Elena le miraba fijamente. Conocía a Miguel, se lo podía imaginar sin demasiado
esfuerzo metido en una historia de ese tipo sin valorar las consecuencias. Era un
hombre tranquilo y confiado.
-¿Tienes alguna foto suya?
-Sí, precisamente hace poco pensaba en romperlas…
Le mostró varias fotografías. Era joven, por lo menos diez años menos que Elena, con el
pelo negro y lacio, casi hasta la cintura. Sus ojos negros, grandes, y una boca sensual
perfectamente dibujada. No era guapa. Era guapísima. Exótica, salvaje, pero con gesto
triste y audaz al mismo tiempo. Su mirada estaba fija en alguna parte, seguramente
miraba al objetivo.
-¿ Era buena en la cama? Le preguntó.
-No sería esa la expresión exacta.
-¿Ah, no?
-No. Al principio parecía tímida. Cuando se acercaba la fecha del vencimiento de su
permiso turista, fuímos a una gestoría para informarnos de qué se podía hacer para que
se quedara. Y lo único que se podía hacer era casarse. Yo no estaba dispuesto a casarme
con ella, primero porque sólo hacía dos meses que la conocía, y segundo porque ya no
confiaba en ella. Ahí empezó lo más sorprendente.
-¿Qué?
-Pasó de ser una mujer tímida en la cama a convertirse en una verdadera experta, de la
noche a la mañana, como por encanto.
-¿Cómo? ¿Qué hacía?
-Elena, no pretenderás que te lo cuente…
-Pues mira, sí. Ya que ella me ha hecho pasar la vergüenza más grande de mi vida,
ahora me lo vas a contar…
-Pero mujer, esas cosas no se cuentan …pretendes que te detalle cómo me follaba a
otra?
-Sí. Quiero saber cómo, qué hacía…
Miguel se levantó entre risas para servirse una copa. Preparó otra para Elena. Brindaron
juntos y se abrazaron amorosamente. Sin separarse del todo, él empezó a hablar.
-El mismo día en que volvimos de la gestoría le dije que yo no me quería casar con ella.
Nuestra conviviencia no funcionaba, nos separaban muchas cosas, pero sobre todo las
mentiras que ella me contaba. Mentía muy mal, por cierto. Era insoportablemente
celosa. Justo ese día, por la noche, empezó a actuar en la cama como si se tratara de otra
persona. Yo me quedé tan sorprendido como encantado. “¿Quieres que sea tu puta?”,
me preguntó. “Quieres que sea tu zorra?”, continuó diciendo. Yo me puse a cien.
“ Fóllame, cabrón, demuéstrame que soy tu puta, llámame puta”. No paraba de hablar
con voz sugerente, fóllame, más, dame más, llámame zorra, repetía. Le seguí el juego,
me gustaba muchísimo, la verdad. Era evidente que intentaba ganarme por la cama, eso
me pareció muy bajo, pero al fin y al cabo entendía que estaba haciendo todo lo posible
por no volver a Perú. Así continuó un día tras otro y en cualquier parte, de pronto en la
cocina, en el jardín, en el salón, como una loba en celo. Incluso algunas veces la
rechacé, porque me sentía utilizado, como una máquina, pero me gustaba. Gritaba como
una loca, se excitaba muchísimo, y yo también. Un día, mientras follábamos, me pidió
que la apretara los pezones, más fuerte, me decía, más, verás como llego al cielo y tus
manos hacen que me salga un chorro de leche…y me quedé de piedra cuando pasó,
porque pasó, le salió un chorro de leche disparado, me corro, decía, me corro por las
tetas, dame tu leche que yo te doy la mía, sigue, más fuerte, fóllame, llámame puta…
Yo me sentía un dios, la verdad, me volvía loco pero la estaba tratando como ella me
pedía, como a una puta, y me follaba dos y tres veces al día mientras la fecha de su
permiso turista estaba a punto de caducar. Mientras más se acercaba la fecha, más
guarra se ponía, como loca, hasta que no pude más porque me sentía culpable. Yo no
hice nada para que se comportara así, pero me gustó mientras lo hizo, como me habría
gustado que lo hiciera desde el principio, pero su cambio no fué gradual, fué radical,
justo el mismo día en que visitamos la gestoría…decidí cortarlo, no me parecía justo y
me la quité de encima. Saqué un billete para Lima y conseguí que se marchara. No la
eché de menos ni un solo día, me sentí liberado, no pensé en la maldita contraseña de mi
correo. Está claro que ha entrado y ha leído todos nuestros mensajes, me la puedo
imaginar, enferma de celos y capaz de todo. Sabe que a mí no puede hacerme daño, y ha
ido a por ti …
-Eso de que le saliera leche de los pezones por excitación sexual es mentira, Miguel.
Fisiológicamente imposible. Habría tenido algún aborto reciente…
-No. Un amigo mío me contó que le pasó también con una mujer, que es posible.
-No lo es. Te digo que no. A saber de qué mil leches estaba o había estado preñada.
-Elena, no hables así de ella, por favor.
-¿Qué? Mira, no me vengas con el cuento de la pobrecita sin papeles, porque es una hija
de puta, peruana o de Badajoz, que me dá lo mismo. Es una mala persona, es peligrosa,
no tiene freno. Ni desde Perú se va a quedar de brazos cruzados. Tenía un objetivo y le
ha salido mal, y hará cualquier cosa por joderme a mí, como ya ha hecho hoy…
-Sí, tienes toda la razón, perdona. No debí haberte contado todo esto…
-¿Por qué no?
-Porque no , Elena. No es justo que te diga todo lo que acabo de decir.
-¿Qué pasa? ¿ Esa puta en celo era mejor que yo en la cama?
-Elena, por favor, cómo se te ocurre…
-Pues bien que te gustaba, tú mismo lo has dicho…
-Porque me lo has preguntado, y porque confío en ti plenamente.
-¿Seguro?
-Completamente seguro, Elena.
-Perdona, estoy muy nerviosa, no sabes lo que ha sido, qué vergüenza…
Miguel la abrazó de nuevo. Aquella historia la había puesto caliente, muy caliente. Se
reía de sí misma al comprobarlo. Hicieron el amor mientras ella se apretaba
con fuerza los pezones. “ Hazlo”, le dijo a Miguel. “Aprieta, fuerte, a ver si es verdad,
estoy a cien, aprieta con fuerza…”. Al día siguiente se levantó con un terrible dolor. Las
sábanas estaban manchadas con pequeñas gotas de sangre. Se miró el pecho
temerosamente. Sus pezones estaban destrozados, maltrechos, sangrantes y con
pequeñas heridas que escocían con el roce del sujetador. No se lo puso. Intentó olvidarlo
durante casi todo el día, pero era imposible. Le dolía mucho.
-Miguel, por favor, acompáñame a urgencias.
-¿Qué te pasa?
-Mira...y le mostró el pecho, sollozando.
Llegaron al hospital casi de noche. Elena no dejaba de llorar mientras inventaba algún
argumento lógico para semejante bochorno. Cómo iba a contarle a un médico la verdad.
Pensó que en las urgencias estarían acostumbrados a ver de todo, pero ella jamás se
había encontrado en una situación semejante. Había pasado la vergüenza más grande de
su vida el día anterior y se encontraba de nuevo con la misma vergüenza, camino de un
centro médico y con los pezones destrozados.
-Miguel, voy a decirle al médico la verdad.
-¿La verdad de qué?
-De todo. Que me provocó la historia que me contaste y quise comprobar si es cierto
que puede salir leche de los pezones por excitación sexual.
-¿Pero cómo se te ocurre decirle eso a un médico, como si fueras una cualquiera, una
depravada, ó una enferma mental?
-¿ Más que tu puta la de Lima?
-Elena, todo esto nos está afectando demasiado…
-A mí por supuesto. A ti seguro que no, por lo que parece. La que está en boca de toda
la empresa y con los pezones en carne viva soy yo. Tu polla y tu buen nombre, que
seguramente van unidos, están divinamente.
-No voy a permitir que esa cazadora nos haga discutir de esta manera.
-¿Cazadora, la llamas? ¿Por cierto, cómo se llama?
-Mariana. Mariana la cazadora.
Empezaron a reírse mientras las luces del hospital aparecían tímidamente en el camino.
Miguel se quedó en la sala de espera mientras llamaba a uno de los restaurantes
favoritos de Elena para hacer una reserva. Pidió que colocaran un ramo de rosas rojas en
el centro de la mesa. No esperó demasiado.
Elena apareció acompañada del médico, que se dirigió a él de forma severa y desafiante,
diciendo: “ Tiene lesiones en ambos pezones que precisan tratamiento y tardarán algún
tiempo en curarse. Debería usted respetar el oficio más antiguo del mundo, por mucho
que pague. Una mujer que se gana la vida con su cuerpo merece un respeto, señor mío
Ella no quiere denunciarle auque yo he insistido en que lo haga. Ha tenido mucha
suerte, caballero”.
-¿Pero qué está diciendo?
-Déjelo, doctor, intervino Elena. Estoy acostumbrada a este tipo de incidentes, soy una
puta al fn y al cabo. Por cierto, quería hacerle una pregunta. Es posible que por
excitación sexual salga leche de los pezones?
El médico permanecía con cara de póker. “No exactamente, dijo. Cuando eso sucede es
debido a un aborto reciente o a algún tipo de desarreglo hormonal”.
-Muchas gracias. Buenas noches, dijo Elena .
Miguel estaba completamente confundido. La miraba sin acertar a creer lo que había
hecho.
-¿Le has dicho que eres una puta?
-Si.
-¿ Pero por qué?
- Me ha parecido lo más comprensible y lo más sencillo. Así no tenía que dar más
explicaciones…
-Pero Elena, por favor, si lo pone hasta en el parte de urgencias,¿ no te dá vergüenza?
-No más que la que pasé ayer en mi trabajo. No, sinceramente, no. En menos de dos
días he deseado que me trague la tierra, y ahora me encuentro en Sevilla, saliendo de un
hospital, y con el pecho vendado…si lo cuento no me cree nadie.
-Ni se te ocurra contarlo.
-¿Por qué no? Me he pasado la vida haciéndome la interesante, sin hablar de mí a nadie,
para ser respetada. Y mira cómo me veo aquí y ahora por culpa de Mariana la cazadora
de Lima…si parece un culebrón, por dios…
-Por favor, tranquilízate, vamos a cenar. Tengo una sorpresa para ti.
-¿Otra? He tenido suficientes por hoy…
Ni siquiera se mostró ilusionada al comprobar que Miguel había elegido su restaurante
favorito. Tampoco miró las rosas. Pidió un gin tonic mientras se palpaba los vendajes
del pecho.
-Miguel…
- Dime, amor…
-Llámame puta. Desmuéstrame que soy tu zorra. ¿A que no puedes?
-No, claro que no. Esa no eres tú, no va contigo.
-¿Por qué no?
-Porque no lo necesitas, no te gusta, no me gusta tampoco a mí.
-¿ Y a ella le gustaba?
-Sí, mucho. Ya te lo he contado, por favor, olvidemos esto…
-No sé si puedo.
-Sí puedes. Estás muy por encima de estas historias. Eres la mujer que amo y con la que
quiero compartir el resto de mi vida.
Sus palabras consiguieron relajarla. Le dolía mucho el pecho y no tenía demasiadas
ganas de hablar. Miguel la observaba con cierta compasión. No era justo que todo
cayera sobre Elena y no sabía lo que podía hacer para que se sintiera mejor, pero
decidió que no era el momento para pedirle que se casaran. Esperaría al día siguiente.
Mientras esperaba que el camarero le trajera el comprobante de pago de la tarjeta de
crédito, ayudó a Elena a ponerse el abrigo.
-Señor, disculpe… -dijo el maitre en voz baja-. Su tarjeta ha sido rechazada por el
banco.
-No puede ser.
-Lo hemos probado tres veces, señor. Y la máquina no la acepta.
-No importa, dijo Elena. Pagaré yo.
Miguel conducía con gesto de preocupación. No decía nada. Fumó dos cigarrillos
seguidos, algo que no acostumbraba a hacer prácticamente nunca.
-¿ Y ahora qué te pasa? –dijo Elena.
-La tarjeta. Es imposible que el banco la rechace. No puede ser.
-Qué tontería. Será la máquina, no le des más vueltas.
-No. Espera a que lleguemos a casa.
-¿Por qué?
-Ella me vió hacer transferencias por Internet, pagar con la tarjeta…
-¿Qué? ¿ Estás diciendo que te ha podido vaciar la cuenta?
-Después de lo que te ha hecho a ti, es perfectamente posible.
-Pero para eso hay que ser un profesional, hombre, ella no, es una pobre chica…
-La necesidad tiene cara de hambre. No la subestimes. Espera a que lleguemos a casa.
Creo que es capaz de todo.
Aceleró. Llegaron apresuradamente y encendieron el ordenador portátil. Miguel intentó
hacer una transferencia a la cuenta de Elena. “Su saldo no es suficiente. Consulte con su
banco”. Probó a sacar un billete de avión con la tarjeta de crédito. “ Su tarjeta ha sido
rechazada”. Lo probó hasta cuatro veces de las dos formas. El mismo resultado.
-Lo ha hecho. Es ella. Está clarísimo. Debió entrar en mi correo, leer los mensajes, se
puso como loca al saber que amo a otra mujer, te hizo la putada, y de paso me ha
vaciado la cuenta y la tarjeta de crédito.
-Miguel, hay que denunciarlo inmediatamente. ¿Cuánto tenías en la cuenta?
-Unos diez mil euros. Mas el crédito de la tarjeta, en total unos trece mil. Menuda fiesta
se estará pegando en Lima la hija de puta…
-Dios mío, Miguel, qué mala, qué retorcida, qué …
-Todo lo que digas y más, es increíble…No tengo un euro.
-Yo te doy dinero, por eso no te preocupes…anda, ya pasará. Si en el fondo es
cómico..mírate y mírame…
-No tiene ninguna gracia, Elena. Esa mujer es un monstruo. Estoy sin un euro y
precisamente este mes tengo que afrontar unos gastos muy grandes.
-Te digo que no te preocupes, yo tengo algo ahorrado, puedo hacerte una transferencia
por Internet…
-No, Elena, lo que faltaba…
-Anda, déjate de tonterías. Lo hago ahora mismo. ¿Cuánto necesitas?
-Treinta mil.
Al día siguiente tenía que volver a Barcelona. Su avión salía temprano. El pecho le ardía
como fuego, se tocó la frente, parecía tener algo de fiebre. Decidió acostarse mientras
Miguel seguía trabajando en el ordenador portátil.
Se quedó profundamente dormida. Al despertar, Miguel no estaba en la cama. Le llamó
pero no respondía. Pensó que seguramente había salido a comprar algo para desayunar
mientras preparaba su pequeña maleta. Entró en el lavabo. Algo extraño flotaba en el
ambiente. No estaba el cepillo de dientes, ni la espuma de afeitar, ni la loción…no había
un solo objeto de Miguel. Sobresaltada, abrió los armarios del dormitorio: Estaban
completamente vacíos. Le llamó insistentemente al teléfono móvil, pero estaba
desconectado. El ordenador había desaparecido. Le dolía muchísimo el pecho. No podía
perder el avión bajo ningún concepto. Asustada y nerviosa, salió del piso en busca de un
taxi hacia el aeropuerto. Tenía fiebre, se sentía débil y casi desorientada. Seguía
llamándole, pero nada. La megafonía informó que su avión llevaba retraso, y al
escucharlo se echó a llorar desconsoladamente. No entendía nada. No sabía qué pensar,
sólo tenía miedo, mucho miedo, y quería volver a Barcelona, a su casa.
Estoy viviendo una pesadilla, se decía, todo esto es un mal sueño, dónde está
Miguel…no tenía respuestas para nada pero tampoco quería hacerse preguntas. Maldita
mujer, qué es todo esto, qué ha pasado en dos días, cómo estoy, herida , con el pecho
vendado por culpa de una zorra que me ha provocado…sentía haber estado siguiendo el
juego de alguien, estúpida, tonta de remate. Alguien se estaba riendo en alguna parte, en
Lima seguramente…Lima….pensaba en el nombre de esa ciudad cuando escuchó :
“Pasajeros del vuelo con destino a Lima efectúen su entrada por la puerta veintiocho”.
Algo la impulsó a correr hacia allí, inexplicablemente. Era una cuestión de piel,
puro instinto animal. Corría como una liebre, sudaba, Lima, Lima, se decía una y otra
vez. Al llegar a la puerta veintiocho cerró los ojos con fuerza. Los abrió de nuevo para
contemplar la imagen de Miguel entregando su tarjeta de embarque a la azafata.
Nunca una espalda le había provocado tanto miedo.
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