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Consuelo García del Cid Guerra

valor del ser o no ser. Por lo que hemos sido y sobre lo que somos

Los valores se perdieron hace mucho, y muchos, casi la mayoría, se acostumbraron a ello hasta acomodarse. Era cómodo. No ser, no ver y no pensar más allá de lo inmediato. Todos guapos y ricos. Nuevos guapos y nuevos ricos. De mentira, pero el efecto funcionaba. No sé si debería seguir hablando en pasado, porque si ahora se cuestiona cualquier tipo de valor, no es por otro motivo que el de la maldita crisis. Tiemblan los españolitos que con tanta facilidad entraron a formar parte del imperio de los mediocres. Tiemblan más que el día del golpe de estado porque es un golpe bajo que les comprime las vísceras. Esos son los que más miedo tienen, porque se les deshace su castillo de naipes. No se sostendrá su economía ni su vida. Los matrimonios se separarán, porque hace ya mucho que no hablan, y se encontrarán frente a frente sin dinero y sin nada que decirse. Repartirán sus bienes y acusarán sus males. Se despreciarán a sí mismos viendo pasar uno a uno a todos aquellos que despreciaron: Los parados, los trabajadores que han seguido trabajando sin querer aparentar nada más que lo que son: Personas. Los oficios, las formaciones profesionales. Los poetas, los pensadores , los artistas en general. Los que son y los que piensan.

El marketing, palabra y concepto que si tuviera forma física yo sería su asesino, tiene mucho que ver en todo esto. Han ascendido personajillos de medio pelo creyéndose los reyes del mambo por un tiempo, porque aseguran que la venta es un arte. Mentira. La venta es puro comercio. Hablan de “carrera” los que no han pasado del certificado de estudios primarios, no del todo por falta de oportunidades: por vagancia. Individuos con Mercedes y faltas de ortografía. Ponentes en seminarios que no han leído un libro en su vida y discursean ante el personal de estructura de cualquier multinacional para “enseñarles” no se sabe bien qué nueva majadería. Esos, que se van a quedar sin trabajo, sin coche, sin casa y sin mujer, están muertos. Y nos van a vender su agonía como si el país fuera sólo suyo. No nos representan, pero lo hemos permitido. Los demás, esos que nos hacemos “pajas mentales”, los que pensamos, vivimos y sentimos, vamos a asistir a una especie de saneamiento interior purificante que nos hará mejores, más fuertes, más auténticos. Estaremos en paz por guerras que nos presenten.

El mes pasado, mi amigo Juan Carlos Mestre se expresaba así en el Congreso de Escritores:

 

 

 

 

“A continuación, a la manera de un oleaje de palabras que fluyen y refluyen, subió la marea poética del berciano Juan Carlos Mestre en una incontenible denuncia del mundo actual. Porque para este poeta y artista visual, la poesía, ese «lenguaje de la delicadeza humana», como lo llamó, tiene un poder inmenso que no se queda en la glosa del rocío sobre las violetas. Es «otra manera de estar en el mundo», la de los «desarmados y la de los inocentes» frente a las fuerzas del poder que todo lo atropellan. Un sinfín de frases magistrales apoyaron esta idea. Y así, dijo que los poetas aspiran «a repoblar espiritualmente la tierra» y prefirió ser «perdedor con los perdedores» «al serrín de los juristas». Pidió formalmente «la abolición del sufrimiento humano», pues todos, como enarbola la poesía, «tenemos derecho a lo bueno y lo justo». Denunció que vivimos no en la utopía, sino en la «distopía», sobre una «cantera de cadáveres», rodeados de un «inadmisible censo de ciudadanos en busca de rostro» y en medio de la «destrucción moral de los sueños». Una «globalización de lo absurdo» que podría perdonar al criminal, «pero nunca al soñador». «Todo encantamiento ha terminado» -remarcó- en este mundo «dominado por un nuevo fascismo disfrazado de publicidad». Mundo que celebra «éxitos subjetivos a costa de algún que otro fracaso objetivo».”

 

Me dejó boquiabierta. Qué razón, tienes, Juan Carlos. Cuánto ha llovido desde aquellas tertulias en Barcelona, todos tan jóvenes y exaltados.

Puede que mi empresa no sobreviva a la crisis, pero yo sí. Y lo haré con el bagaje que tanto me ha costado tener. Elegí la libertad desde que tuve uso de razón, porque elegí la razón. Y eso nunca me abandonará. Mis valores son propios, me he arriesgado por ellos y con ellos. No he fracasado ni aún cuando no tenía para pagar la factura del gas. La vida es un riesgo permanente que nos pone a prueba. Sólo luchando de forma incombustible se resurge de las cenizas. Sólo dando la cara y plantando cara pueden cambiar las cosas.

No se puede ser espiritual si no se tiene espíritu, y para eso hay que saber mirarse desde dentro y hablar desde dentro. Las iglesias están vacías, y las videntes tienen cola. No creo en ninguna de las dos cosas. Creo, todavía, en los valores que decidí adoptar y mantener por duro que sea el camino.

“Hubo en España una guerra, que como todas las guerras

La ganara quien ganase, la perdieron los poetas”.

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