DEBAJO DEL ASFALTO ESTÁ LA PLAYA
Lo peor de las cosas cuando todo va mal, es esa terrible confusión permanente que genera todo tipo de fisuras psicológicas. Ante tamaño desastre, me temo a mí misma cuando en alguna ocasión –pocas, por el momento- estoy de acuerdo con la derecha. Y es que la mierda, al aflorar, puede llevarte al país de nunca jamás, servir de revulsivo
o crucificarte en nombre de tu mayor enemigo, sobre todo cuando el amigo calla. Las constantes afrentas, los bandos y las bandas, no permiten tener demasiados aliados. En realidad estamos solos ante nuestro propio discurso mientras se siembra el caos. Ser honrado u honorable parece que ya ni se entiende. Somos los perros verdes de un país agotado. Discutimos asuntos sin importancia y matamos el tiempo incluso pasando de largo ante cuestiones de honor. Porque como te plantes, resulta que tienes algún tipo de problema con tu ego o eres antisocial, término peligrosísimo en los tiempos que nos asisten. No se ganó Zamora en una hora y ninguna revolución se hace en cuatro días por cabreados que estemos. Lo que me cuestiono seriamente es cuántos somos. Muchos de los que ya sabemos que bajo el asfalto está la playa y tras una nómina la pasta. Ni todos moros, ni todos cristianos. Aquello del mecherito encendido cuando los conciertos de la canción protesta ha perdido su significado porque también se encienden para David Bisbal. El puño en alto es muy discutible porque con la otra mano te la meten doblada. Se diagnostican tantas bipolaridades que al final va a resultar que los enfermos del alma no habrán perdido la razón sino que la tienen. Y por tenerla se nos hacen incómodos, son apartados y se convierten en un número de expediente que maneja un mago de la tribu psiquiátrica a golpe de pastillero oficial. En resumen, saldremos a la calle por una cuestión de carencias, cuando los nuevos pobres amanezcan apaleados con el gélido viento de un invierno cercano o primavera próxima. Y para entonces ya nos habrá jodido Mayo con las flores.
No creo que haya mucho más que esperar. Quizá, educadamente, deberíamos liarnos a trompazos entre nosotros mismos para salir a la calle debidamente organizados. Rescatar a Machado en las escuelas catalanas para que entiendan el verdadero significado de la lluvia en los cristales de toda España, y visitar el pequeño cementerio de Colliure. “Hubo en España una guerra que como todas las guerras, la ganara quien ganase, la perdieron los poetas”, esta es la letra de una canción que daba entrada a la serie de Amestoy “Los botejara”. Años más tarde llegaron las crónicas de un pueblo, el verano azul y aquellos estudio 1 tan fantásticos que nos acercaban al teatro aunque fuera en blanco y negro. Ahora que –se supone- lo tenemos todo, resulta que “sin tetas no hay paraíso”, y eso es una inmensa ordinariez. Porque para contarnos la historia de un traficante no hace falta ser tan vulgar. Claro que , mientras tanto, las adolescentes se operan para tener un par de melones que por redondos no son creíbles. Caray, si es que no se valora la ley de gravedad, y quizá por eso la cosa es tan grave. Veo pasar cada mañana a cientos de personas camino del trabajo y tengo la extraña sensación de que todos parecen de “pronóstico reservado”, es decir, no hablan, no se mojan, no quieren saber nada o es que no saben nada. Ni idea.
Yo ideas sí que tengo. Y he aprendido que el honor, como el buen nombre, depende de la trayectoria personal. Otros prefieren dejar en manos de videntes todas sus dudas, tiemblan ante la siguiente carta del tarot y no son capaces siquiera de imaginar que la tipa no es maga y lo que tiene es un morro que se lo pisa. En fin –y con esto termino-
creo que estamos obligados a pasarlo peor, pero mucho peor, para reaccionar ante los próximos acontecimientos.
Para los creyentes, que su dios les coja confesados. Los ateos lo tenemos mucho peor porque vamos a pelo por la vida.
0 comentarios