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Consuelo García del Cid Guerra

Carne apaleada sobre una operación dulce

Carne apaleada sobre una operación dulce

Sus dos libros cayeron en mis manos cuando necesitaba leer como nunca. Lo hice a escondidas, como acostumbran a realizarse las cosas importantes. Devoré primero "Operación Dulce". Tenía quince años, creo. Estaba interna-arrestada-presa en uno de los reformatorios encubiertos del franquismo. En este país se han disfrazado los hechos y las palabras de muchas maneras. Me mintieron antes de que supiera o pudiera traducir el verdadero significado de toda falsedad. Entonces todavía era auténtica, ahora no lo sé. La última pena de muerte del franquismo -Salvador Puig Antich- supuso mi detención y mis antecedentes políticos. No tuve tiempo material ni suficiente como para crear mi propio pasado y el presente me atrapó. La privación de libertad es el infierno. Ser menor de edad, una condena. Lo era entonces. Había una vez, érase que se era, por aquel entonces...no es un cuento, sólo suena a leyenda lejana e irreal, pero juro que es cierto. Me acostumbré a no ser creída. A ser espiada, juzgada, controlada.

Una compañera de Valencia me pasó los dos libros de Inés Palou. Los forramos con papel de periódico y yo leía en el patio como si rezara. Porque sólo se nos permitía leer para rezar y rezar leyendo. Puede que se tratara de larguísimas oraciones, al fin y al cabo. "Carne Apaleada" describía una serie de dramas humanos familiares. Lo mismo pero en pequeño, que no en menor escala. Internas que lo estaban por desestructura, cuando la palabra era mucho más cruenta y brutal. La entendí, y me asusté.

Muchos años más tarde conocí a un viejito de Gelida, y se me ocurrió preguntarle por Inés Palou. La conoció. Me dijo que estaba loca, enajenada. Que en invierno vestía con ropas de verano y sin medias ni calcetines. No me pareció un dato lo suficientemente revelador como para tachar a nadie de loca, aunque la razón de una persona se borra con excesiva facilidad, y mucho más cuando se trata de una suicida.

La realidad es que Inés, sin saberlo, me enseñó el estilo. Atrapar al lector no es tarea fácil, y ella sabía hacerlo como nadie. Era una maestra. Hablar como se escribe. Escribir como se habla. Sólo entonces todo el mundo te entiende. Sólo entonces.

Siempre quise conocer su verdadera historia. Todas las monedas tienen dos caras.

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