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Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2008.

PASILLO

 

Analizo mi escote y busco por si alguien, dentro

Del cuarto oscuro piensa en recluír de nuevo

A las niñas malvadas por sus torpes embustes

A los perros

Al cuaderno borroso de tu caligrafía

Cien veces : No lo volveré a hacer. De nuevo

Las piedras son divinas sobre cada tropiezo

No me gustan los ángeles. No existen.

No rezo a dios alguno ni siento ese respeto

Sobre la nuca joven de un hombre que me mira

Devuelvo la intención, sigo y pregunto

Su nombre.

Algunas veces cae como granizo, inmenso

Otras paso de largo y un tren cercano silba

Medio siglo se acerca y no temo la cifra

Será porque me gusta insistir

Y estoy viva.

 

Lunes, 04 de Agosto de 2008 22:18 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema

ADOLESCENCIA

 

 

 

 

 

 

 

 

Y no fueron felices, colorín colorado, mentirosa. Te sabías los cuentos

A cambio de un pedazo de pastel o de perfume,  de una barra de labios

Su teléfono estaba escondido con todos los secretos. El período, regla

De almanaque gastado que no quiere los días ni los viajes muy largos

La adolescencia es un billete de metro revisado. Monedas y propinas

Susurros en la oreja. Un relicario, un sello, media canción. Actores

Imposibles, tú y yo, ahora no puedo. Te llamaré más tarde.

Fumar en los lavabos, borrar los besos, morir y desearlo. No me dejan

No puedo. Son las nueve, es muy tarde. Yo te llamo. Un cuaderno

De nombres, chinescas sombras, amigas para siempre, no me olvides.

La corteza de un árbol y un corazón escrito en el invierno. Salida

Acampada, guitarra, sueño roto. Tu nombre la pared, mi nombre

En los lavabos. Yo te llamo. Una playa recuerdo, un pájaro y tu jaula

Tres colegios. La marca que florece iniciando tu pecho. Los pelos

Ordinarios, nosotras. Una nota prendida en el ojal del miedo

Me quiere, no me quiere, yo le quiero. No sabe que me muero

Su colilla que huele al sabor de su dedo. Corre mientras te llaman

Sigue mintiendo. Novillos, jaque mate, dieciséis, diez y siete

Cuadros, flequillo. Breve mantilla negra. Miércoles y Domingo.

Entre mi falda crece la posibilidad. No viene. Dijo a las tres.

No viene. Mariposas, membrillo, pan con nueces. Un vaso de agonía

Esa angustia creciente. Cuéntamelo, qué ha dicho. Una marca

En la arena del verano perdido. No le volveré a ver. Su inicial

En todas partes marca los asuntos. Castigo. El primer bar. Fin de curso.

Función, cantor, medida, todos los pianos tiemblan. La cuchilla

De afeitar sobre mis cejas. Poblados y desiertos, agujero

En la oreja. Sangre por dentro y fuera. Llámame.

No te olvidaré nunca. Tengo frío. Sucede. Un roce sin destino.

Francés, problema, canto. Adán y Eva. No sé vivir sin ti.

La perdiz es amarga. Es cierto. Lo decías, verdad, tú

Lo has escrito : “Todas mueren a los quince”. Y nos morimos.

Lunes, 04 de Agosto de 2008 22:56 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema

SALÓN

 

Vendaval a cubierto que inventaba mi padre sin saber del misterio

Cuatro sillas unidas en el final del tiempo. El dibujo perdido de la alfombra

Final sentimental que jamás dio sentido a tantas fotos. Album

Que no se sabe. La maceta sin flor no sobrevive. Nosotros somos poco

Sobre un largo apellido en su olvidado honor. Nobles

Qué pena , qué claridad de bosque y desperdicio. Galgos y cacerías

Todas las tardes, todas. Un reloj de campana solemne y caprichosa

Los nombres y su casa, la dirección concreta que se pierde. Somos ricos

Y pobres herederos del polvo. De lo antiguo y lo viejo, de las cajas

Absurdas. Del viento de abanicos mezclados con navajas. Un gitano y un rey

Dos barajas de cartas. Ese ruído traidor de la venganza. Trampas.

Medallas sin valor , raso arrugado, inútil. Sacar brillo a la plata, conservar

Disecado el lagarto de aquel día de invierno. Tendido al sol un trapo.

Se adivina mañana como un día muy largo. La radio está encendida

Al calor de los cuartos . Apaga la luz, dijiste, ya es muy tarde.

Soñaba con el color del metileno, sabes. Soñaba con ser tú y con la luz

De un descarado sol al mediodía. Ya tengo pasaporte. Me voy, deja

Que busque otro lugar vacío donde poner el resto. Tira el baúl ,

Vuelve a la siesta tonta que recuerdo a lo lejos. Me despierto mojada

Habrá sido la lluvia de ventanas cerradas. Tal vez he sido yo.

No me hagas mucho caso. Todo pasa.

Miércoles, 06 de Agosto de 2008 00:14 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema

ES UN PLATO QUE SE COME FRÍO

 

            ES UN PLATO QUE SE COME FRÍO

 

 

Habrá que procurar un techo a las arañas antes de navidad

Que no teja tu caspa puntillas a golpe de bollillo

No me gusta tu tiempo. Es inútil tu olor.

Extiende las ventanas y que la vida entre

Reparte las legañas a la hormiga mayor

Tírate al agua y rueda arena abajo

Allí estarás perdido. El miedo te hablará sin respirar

Mojado, reducido, pareces una rata implorando el bautismo

Adulto envenenado sin un solo bolsillo

Desnudo, manos pálidas, ridículo

Jadeando hacia arriba como otro animal

Sin dormir, sin saber. A título de estiércol

Te maldije hace mucho. Y ahora

Este paisaje tuyo que satisface tanto, escribe

Una sola palabra, magnífica, grandiosa

Definitiva al peso insensible de un murciélago

Sucia, negra, cargante. Como lo que tú has sido.

Está escrita en la sed de tu garganta

Te miran los hurones, las serpientes de agua

Y el hada de los sueños se coloca ante ti

Para gritar : Venganza.

 

 

 

 

Jueves, 07 de Agosto de 2008 20:43 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema

EL PADRINO

Tenía nombre de rey y de entre todos los reyes, nombre de rey divino. Nombre de sopresa, de regalo, de vacaciones, de fiesta. Melchor era un hombre que recuerdo
aristócrata sin serlo, rico sin serlo del todo, guapo sin conseguirlo. Parecía las tres cosas y no era ninguna de las tres. Melchor era un tipo excéntrico para la época, demasiado elegante, demasiado resultón, demasiado pintoresco. Siempre me pareció mayor, pero tampoco lo era. Yo lo veía como a un millonario en su palacio de la calle Córcega, un entresuelo enorme en cuyas paredes colgaban todos los cuadros, todas las vírgenes, todos los caprichos. Hacía colección de monedas, de látigos, de teléfonos, de cajas, de billetes, de relojes. Y lo exponía todo sobre las mesas y las amplias paredes de techo alto. Su habitación era blanca, con los muebles lacados también en blanco, y un teléfono blanco, de madera, en una de las mesillas de noche, puramente decorativo, porque no funcionaba. Los bordes de la cama y del armario eran dorados. Parecía la alcoba de un actor de cine, y es lo que a mí siempre me pareció Melchor, un actor de cine. Sólo los amigos le llamaban por su nombre. Para los hijos de los amigos siempre fué "El padrino".
Y era el padrino de todos los hijos varones de sus amigos. El día de los Reyes Magos celebraba su santo a bombo y platillo. Su prima, una mujer que hacía las veces de ama de llaves, dueña y señora, vivía con el padrino desde su juventud. Nadie se preguntaba esa relación, y cuando yo lo hice, mi madre me contestó que era como un "matrimonio blanco". Yo no entendí lo de blanco, y ella me explicó que no dormían juntos ni tenían hijos. Será que no se quieren, pensé, pero no era cierto, porque se querían como hermanos y se necesitaban mutuamente.Entonces, insistí, quiere decir que los matrimonios que duermen juntos y tienen hijos, son "matrimonios negros"? Nadie me contestó como no me crespondieron a esas preguntas de la infancia.Incómodas, de respuesta complicada para los adultos que quieren ocultar algo. Yo siempre supe que del padrino algo se ocultaba, pero no sabía qué.
Melchor se levantaba muy tarde, pasadas las doce, todos los días del año. Se colocaba un batín de raso y un foulard blanco perfectamente doblado y se sentaba en su sillón de orejas. Escupía varias veces sobre un artefacto repugnante de cerámica llamado "escupidera", porque tosía constantemente. Fumaba un pitillo tras otro de una marca extraña llamada "Montesol".Y hablaba. Y escuchaba. Y yo le escuchaba porque sus conversaciones eran siempre interesantes, distintas, memorables. Hablaba mucho de política. A veces llevaba un bastón con puño de oro con sus iniciales. Parecía un marqués. Y entonces aparecía Máximo.
Máximo era un joven muy guapo que trabajaba con él. Nunca supe deducir sus funciones pero era algo así como un asistente, un hombre para todo, su hombre de confianza. Eso. Para todo y de confianza.Durante años y años, desde que recuerdo, estuvo siempre allí. Y la prima del padrino le trataba como si fuera de la familia. Era una casa extraña. Todos dormían sólos, nadie era el marido ni la esposa de nadie, pero era un hogar. Blanco, como dijo mi madre.
El día de los Reyes Magos, todos los ahijados de Melchor recibían un billete de mil, que entonces era muchísimo dinero. Incluídos los hermanos de los ahijados, como yo. El padrino salía a media tarde, en verano con un impecable traje de lino blanco y un sombrero. Dios, qué hombre. Yo le miraba. Guapo. Tieso, atractivo, digno. Un señor. Un actor. Máximo, su todo y su confianza, a veces le acompañaba. Qué guapos los dos.
Pasaba el tiempo pero para el padrino no, porque nunca envejeció del todo. Ni siquiera cuando enfermó irremediablemente. Yo miraba un pájaro de cristal azul que tenía colocado en una de las mesas, bajo una gran piel de leopardo. Y el padrino hablaba desde la cama de su habitación blanca y junto al teléfono de mentira. Máximo, todo confianza, estaba.
La muerte de Melchor fué una muerte magnífica, señorial, como él. Y ni siquiera entonces, que yo ya tenía más de veinte años, me hice preguntas. Yo sentí que con el padrino se fué una parte fascinante de mi infancia. Nunca le he olvidado.
Cuando pensaba en él, un paisaje confuso me aparecía lentamente en la memoria. Mi madre puso una foto de Melchor junto a la de mi padre. Me la quedé mirando. Y de pronto, sin más, como una revelación, solté:
-Mamá, el padrino era gay, verdad?
-No te consiento que digas eso. No te lo consiento.
-Pero por qué? no pasa nada. Era homosexual, verdad? y Máximo era su amante.
-No ¡¡¡ -exclamó, enfadadísima-. No vuelvas a decir eso nunca más.
Y según se enfadaba me daba la razón. Y de pronto el padrino me dió mucha pena por haber tenido que estar ocultando su vida. Su todo y su confianza, Máximo, qué guapo era. Creo que no tardé mucho en deducir que los matrimonios blancos no existen. Pero los negros sí.

 


 

Martes, 12 de Agosto de 2008 12:40 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema

feliz cumpleaños, Lissy ¡¡¡

cómo te trata el cielo, divina virgen virgo?
estás bien, buscas algo, todavía, al final de las nubes?
dónde queda horizonte con todo el mar, inmenso
en qué tormenta breve te abraza el mejor ángel
tú, bella del señor, trigo bendito. Divina virgen
Virgo.

 

Martes, 19 de Agosto de 2008 01:56 Consuelo García del Cid Guerra #. sin tema


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